Cuando el joven Cardona estaba a punto de cumplir 12 años, se celebró en París un evento de tal repercusión que ofrecería una imagen de renovada juventud en el espíritu francés: la Exposición Universal de 1889. La muestra se inauguró el 6 de mayo, coincidiendo con la conmemoración del centenario de la toma de la Bastilla, el 31 de octubre. En ella se mostraron nuevos conceptos de construcción, así como adelantos en las diversas industrias. El auténtico símbolo de la Exposición Universal fue la Torre Eiffel, que fue el acceso de entrada y que, a partir de entonces, se convertiría en un icono indisociable de la capital francesa. En los Magasins du Louvre se realizaron las primeras instalaciones de luz eléctrica, ofreciendo un espectáculo inundado de luz; fue a partir de aquel momento que París sería considerada la Ville Lumière.Cardona se trasladaría a vivir a Montmartre, un pequeño barrio en una colina, que estaba separado por una muralla de la ciudad de París. En 1860 se derribaron las murallas que hacían de frontera física entre Montmartre y la ciudad. Fue por entonces cuando proliferaron establecimientos dedicados al ocio y auténticos centros de reunión de la exaltación artística. La generación de artistas que allí confluyó y que en décadas sucesivas tuvo influencia internacional fue conocida como la Bohemia. Los locales de encuentro fueron el Moulin de la Galette, La Grande Pinte, L’Âne Rouge, el Auberge du Clou, Le Chat Noir, Le Lapin Agile (antes llamado Cabaret des Assassins) el Mirliton, Le Vieux Cabaret (antes llamado L’Auberge de la Mère Adèle), La Taverne du Bagne, Le Divan Japonais, Le Rat Mort, Le Rat Qui N’est Pas Mort, Le Moulin de la Chanson, Le Coucou, l’Institut (local donde se reunían los literatos, sito en el Boulevard Rochehouart), etc. Fue en este París finisecular donde el empresario de origen catalán Josep Oller i Roca (Terrassa,1839-París, 1922) abrió varios negocios y establecimientos. Al más puro estilo start-uper, crearía una industria dedicada al ocio parisino, cuyos locales fueron también escenario de las grandes creaciones artísticas de la generación de la bohemia. Desde el pari- mutuel, un sistema de apuestas en los hipódromos, a la Grande Piscine Rochechouart —una gran instalación con piscina cubierta inaugurada en 1885— el Nouveau Cirque (1886), las Montagnes Russes (en 1887), el Jardin de Paris, el teatro Olympia (1893) (fig. 33), el Théatre des Nouveautés (1889) y, por supuesto, el Moulin Rouge (1889).
Una de sus célebres innovaciones vio la luz en 1895. En el Salon du Cyclisme presentó un garaje móvil para el transporte de bicicletas por tren y su almacenaje. Este invento ponía remedio a las reclamaciones de los ciclistas por los desperfectos que se producían en los velocípedos en las consignas de las estaciones al proceder a su expedición. En aquella época la bicicleta, la petite reine, se había popularizado y el ciclista que se la llevaba de viaje en el tren en ocasiones se veía obligado hacer el trayecto a pie debido a que el vehículo no llegaba en buenas condiciones. El garaje, que fue expuesto dentro de un furgón, contenía dos aparatos provistos de movimiento de rotación que simplificaban la carga y descarga de los vehículos sin provocar deterioro. En un solo vagón se podían colocar 36 bicicletas y 36 tándems.
Louis Rodolphe Salis creó en Montmartre Le Chat Noir el 18 de noviembre de 1881. Reformular El lema del cabaret era «dar de beber a todos los que se ganaban artísticamente la sed». Después de cambiar de sede, el nuevo local se convirtió en lugar de reunión del París selecto; había sala de exposiciones, pantomimas, sombras chinescas, títeres, conciertos y teatro. Fue durante aquellos años del fin de siècle cuando estuvo trabajando un joven Pere Romeu. Todos los establecimientos fueron retratados profusamente por los artistas bohemios franceses y los allí afincados, entre los cuales se encontraban los españoles Ramon Casas, Santiago Rusiñol, Pablo Ruiz Picasso, Xavier Gosé y, naturalmente, Joan Cardona. En cuanto a la actividad artística, el Salon des Artistes Français de 1889 contó con la participación de 27 artistas españoles. Entre los catalanes, Dionís Baixeras participó con un paisaje, el Valle de Camprodón, que reproducía una vista de ese lugar. Joan Brull i Vinyoles presentó L’ oncle Jean; Laureà Barrau i Buñol reaparecía con dos óleos: La fuite en Egypt y Printemps-étude; y Santiago Rusiñol participó con Un velocipédiste, un retrato cuya factura destacaba por su simplicidad y representaba un episodio de modernidad en el que su íntimo amigo Ramon Casas ejerció de modelo ciclista.